Santa Febronia (25-06-2020)


Miles y miles de santos, vírgenes, obispos, papas y papás hay adornando la cúpula celeste. Muchos de ellos con testigos o hagiógrafos que han dejado constancia de su paso por este valle de lágrimas y estos desiertos del desconsuelo. Algunos, contemporáneos de los santos, incluso que les llegaron a conocer y otros que narraron sus historias como a posteriori por tradición oral o un día me dijeron que dicen que hubo un santo que hizo tal o cual maravilla. Por ejemplo, los hechos narrados de esta santa se escribieron unos 300 años después, el día después, como el que dice. De total confianza sobre su veracidad.

Incluso los Evangelios se cree que fueron escritos entre los años 65 y 100 d. C., del Nacimiento, no de después de Él que murió como todo el mundo sabe en el año 34 después de Sí mismo.

Y luego también están los SA, que ni son las Secciones de Asalto del partido nazi ni un tipo de sociedad mercantil.

Me estoy refiriendo, ya lo habéis supuesto, a los Santos Anónimos. Esa miríada de Santos que nos miran desde el cielo.

El Fulanito I, Fulanito II, …, Menganita I, Menganita II…, Periquito de los palotes I, Periquito de las pelotas II…, Butanito I, Butanito II…, estos últimos de padre dudoso.

Todos tienen algo en común, mucho en común, diría yo: ni guapos, ni sabios, ni siquiera listos, ni ricos, ni reyes, ni tribunos, nada destacable pero de suma importancia para la Iglesia porque de esos santos es de la materia que están hechos los sueños celestiales.

No es el caso de nuestra santa del día: Era tan guapa que quitaba el hipo, dejaba sin respiración mirarla, así se te quitaba el hipo y las ganas de morir, que todos anhelaban vivir eternamente con ella o al menos un fin de semana en un Sky Monastery Resort, con un todo incluido hasta el fondo.

Febronia nació a finales del siglo III, en Patti, Sicilia y murió allí mismo pero el 25 de junio del 303.

Sus padres eran una familia de posición pero se murieron y la niña se quedó huérfana con dos o tres años, según fuentes, pero todas coinciden en que era un bebé muy rico.

Se ocupó de ella su tía Brienne que se había hecho cristiana y regía una comunidad de mujeres que vivían juntas.

No era abadesa, ni aquello era un monasterio como ahora se entiende y los biógrafos tienden a simplificar que no es mi caso, que todo lo lío, pero vaya la verdad por delante que ya os meto luego por detrás algunos chorizos de cosecha propia.

Así pasaron los años y como en un cuento de hadas buenas, no de hades malos, Febroniacita fue creciendo en hermosura y en santidad.

No le preguntaba al espejo quién era la más guapa sino que se ponía a hacer muecas, bizquear los ojos y sacar la lengua para parecer más fea, de modesta que era.

Tan guapa que era la niña que su tía la ocultaba de todos, incluso de las otras mujeres del cenobio, que el deseo que provoca la belleza no entiende de géneros, pero acaba montando el número.

Pasaron los años y a sus 19 años de ella Diocleciano montó otra de las campañas de mártires cristianos.

Envío a Sebápolis al prefecto Lisímaco con el juez Seleno, su tío, a por cristianos.

El obispo de la diócesis autorizó a las monjas, simplificando, que podían salir corriendo con el sayo entre las piernas.
Pero Brienne, que sería santa, como su segunda en el mando, Santa Tamide, decidieron quedarse. Y con ellas, quiso compartir su suerte, lo de llegar pronto al cielo, nuestra Febronia.

Lisímaco era un buen chaval, de madre cristiana, y hacía lo posible por dejar escapar a los cristianos o hacer la vista gorda cuando podía, pero su tío Seleno era todo lo contrario: iba por chicha a tope.

Llegados al cenobio los soldados forzaron las puertas y cuando sacaron a Santa Brienne para degollarla Febronia se arrojó a sus pies pidiendo que la mataran a ella primero.

Parece ser que los ligeros hábitos de temporada, estamos en junio, se abrieron descontrolados y mostraron la belleza singular, sin parar, de la criatura. Y como ya he dicho dejó sin habla a los presentes. Los que llevaban a Brienne se les escapó la pieza que aprovechó para salir corriendo aplaudiendo a su sobrina: «Cuánto me alegro de que vayas a llegar al cielo con el Señor», pero no creyó conveniente hacer doblete de santos familiares. Los que soltaron a Brienne no fue por descuido sino para poder cuidarse de Febronia.

Lisímaco, el Prefecto, joven apuesto de 20 años apuesta el resto: «¿Pero que prisas hay, señorita?», parece que dijo.

Con él estaba un general del ejército llamado Primo, pariente de un tal Rivera, ciudadano corrupto, que cogió en un aparte a Lisímaco mientras seguían sin quitar los ojos de la muchacha.

Le convenció, no hacía falta, de qué era la mujer más hermosa de todo el Imperio y de buena familia y que sería el hombre más feliz de la tierra si se casaba con ella. Se guardó para él la parte de los celos que le consumirían por tener la mujer que todo el mundo querría hacerla suya.

A Lisímaco todo le sonaba a música celestial y se fue con el general Primo a tomar unos chiquitos y empezar a presumir ya por las tabernas como un Dominguín con la Ava Gardner.

En estas un soldado acusica le fue con la historia al juez Seleno que inmediatamente mando por Febronia y le dijo que renegase de Dios y se casara con Lisímaco y sería rica y famosa.

Febronia dijo que ni pa dios, que Dios ya tenía uno y muy bueno.

Seleno perdió los papeles o la cabeza y mandó torturar a Febronia hasta que se arrepintiese.
La azotaron y quemaron los costados con antorchas, nada.
La pusieron sobre una plancha calentándola despacio, tampoco.
Seleno fuera de si mandó que le arrancaran todos los dientes, que le cortaran los pechos, las manos y los pies, y a estas alturas ya no merecía la pena arrepentirse. Y le cortaron la cabeza.

Ante tal despiece, desguace o como se diga, Seleno perdió la cabeza. Se la reventó a cabezazos contra una columna.
Informados, Lisímaco y Primo llegaron al lugar del martirio y se quedaron sobrecogidos.

A duras penas pudieron recomponer el puzzle en que se había convertido Febronia.

Tronco, pechos y extremidades fue fácil montarlas, pero los dientes los recogieron a mogollón sin tomarse la molestia de colocarlos cada uno en su sitio.
Seleno se mató pero Lisímaco y Primo se convirtieron, con sus familias, a la nueva fe.
Así se conservaron sus reliquias guardadas en una urna riquísima.

El obispo San Juan de Nisibe construyó una iglesia en memoria de Santa Febronia y pidió a Santa Brienne que le entregara las reliquias. Brienne no quería pero cuando accedió al intentar mover la urna la tierra se puso a temblar hasta que lo dejaron. Así tres terremotos personalizados.

Decidieron tomar sólo unas pocas reliquias y unos terribles relámpagos hubo hasta que lo dejaron.

Tomó Brienne una mano de la santa y la suya se secó hasta que la soltó y sanó.

Probando, probando, vieron que con uno de los dientes no pasaba nada así que se lo llevó el obispo y se tuvo que conformar con esa reliquia que colocó en el altar mayor.

Mucho me temo que el santo obispo no tenía premoniciones ni siquiera para reconocer cosas de santo a santo porque se llevó a venerar uno de los dientes de Seleno que se le cayeron cuando se reventó la cabeza al lado de Febronia.

No tiene demasiada importancia, son muy normales las reliquias placebo.

Hay reliquias de Santa Febronia por toda Italia, la cabeza está en San Carlo en Catinari de Roma; en Patagonia, digo Palagonia, está el dedo pulgar de la mano derecha.

Milagros: muchos, incluso se presentó como aparición a las monjas ya recompuesta con loctite divino como si no tuviera un arañazo, aguantar una carnicería como la suya ya es milagroso, de muerta se le invocaba para milagros de sequía, acabar con ella, terremotos, que no hubiera, dolor de dientes, la falta de leche materna, hipogaláctica (lo pongo por tirarme el rollo).

Patrona: es la patrona de la Palagonia, no Patagonia que es que en una fuente venía así, una errata, y me quedé helado, las sequías y los terremotos, de los odontólogos y protésicos dentales, de los implantes de senos.

He llegado a encontrar una versión tan absolutamente dispar que no sabía qué pensar. En ella es su padre pagano quién la encuentra escondida de él en una cueva, la degüella y la tira al mar y aparece su cadáver intacto a cientos de kilómetros de viaje por mar y es recogido y venerada por unas monjas. Alucina.