
Escribir estas historias de santos del confinamiento me ha llevado a descubrir muchas cosas.
En primer lugar que no todos los santos y vírgenes nos van a ser propicios para ayudarnos en esta pandemia, pero algunos sí, como este San Luis que hoy mueve mi pluma y sacude mi corazón.
Alguien que da la vida por los demás.
También he descubierto, yo que me creía tan leído, que San Luís Gonzaga ni era español ni el apellido Gonzaga lo es. Italiano, primos hermanos pero penínsulas diferentes.
Luís Gonzaga nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglioni y murió el 21 de junio de 1591 en Roma.
Era el mayor de ocho hijos de Ferrante Gonzaga, Marqués de Castiglione degli Stiviere y de Marta Tana de Santena , hija de los barones de Santena. Ferrante además, era familia del Duque de Mantua. Lo que se dice una familia que ya quisiera uno, aunque yo me consuelo intitulándome príncipe de los ingenios hagiógrafos apócrifos. El que no se consuela es porque no sabe.
La infancia de Luisito está marcada por su despierta inteligencia a la par que sus desmedidas travesuras.
Su padre, que esperaba que su primogénito le sucediera en sus marcadas, de Marca, Marqués, responsabilidades llevaba siempre con él al niño en sus visitas a sus tropas y sus entrenamientos.
Una vez dispara un arcabuz y la pólvora le quemó la cara y en otra ocasión llenó de pólvora un cañón y lo disparó pudiendo haber causado una masacre, incluso él mismo. Pero le reían las gracias los soldados, era el hijo del jefe. También le enseñaron a decir todo tipo de palabrotas malsonantes y pícaras que el niño repetía como un loro sin saber qué querían decir.
Palabras como bobo o felón, pero mucho más fuertes.
Sus preceptores tuvieron que aplicarle ajo en la boca para parar esos disparates en un niño tan pequeño.
Cuando su padre partió de campaña su madre le educaba en la piedad y la oración. Volvió de una campaña en Túnez contra el infiel y los piratas, y se encontró a su retoño tan cambiado que decidió enviarlo a la corte de los Médicis en Florencia que era el no va más de lujo y desenfreno.
En estas épocas no había término medio o eras santo o te dabas a la vida, también estaban las medianías, que ni fu, ni fa.
Luisito seguía una táctica que le funcionaba para evitar el deseo y el vicio: no mirar a las mujeres. Ningún comentario he encontrado sobre los hombres.
A los nueve años Luisito elige como su confesor titular al Rector del Colegio de los Jesuitas, no sé cuántos se postularían al puesto que imagino que tendría unos interesantes emolumentos.
A las 11 años, ¡11 añitos!, jura ante la Virgen que permanecerá como ella: virgen.
Un niño de 11 años jurando un voto de castidad.
Me cuesta imaginar qué habrá pasado Luisito y qué habrá ensuciado su mente como para jurar un voto de castidad.
Decide empezar a mortificarse haciendo manualidades de hierro y madera. Se construye su propio cilicio con espuelas de montar a caballo e incrusta astillas de madera en su cama para pincharse hasta sangrar y evitar malos sueños y poluciones nocturnas.
A esto añade ayunos descontrolados y, claro, la salud empieza a resentirse. Padece mal de piedra, cólicos biliares, y debe guardar cama a menudo.
Con 12 años recibe la primera comunión de manos de San Carlos Borromeo, algo normal en familia tan principal.
«No, no, Santidad un obispo de medio pelo nada, aunque lleve suplemento pago lo que sea, quiero a San Carlos Borromeo», cuentan que le dijo Ferrante al Papa.
Ferrante era vasallo de Felipe II y con 14 años se trasladan a la corte española y Luisito y Rodolfo, su hermano, son nombrados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias.
Luisito vive de forma tan austera que sorprende incluso en una corte que era el colmo de la sobriedad.
Decide que se acabó y que va a salir del armario y dedicar su vida a Dios.
Su madre aceptó la vocación del hijo pero el padre puso el grito en el cielo: «Me cago en ros, ¿no podías elegir a otro de mis hijos que te quieres llevar al más listo?”, Ferrante lo intentó de todas las maneras posibles pero ni por esas, Luisito como la mayor parte de los santos era cabezota.
Cuando el padre acabó por ceder volvió a poner el grito en el cielo porque había escogido a la Compañía de Jesús para profesar.
Como todo el mundo sabe, yo no tenía ni idea, los jesuitas prohíben «progresar» en la Iglesia, no pueden hacer carrera, salvo mandato directo del Papa. Ni obispos, ni cardenales. Nada.
Al final Luis, ya no tan niño, se sale con la suya y en 1585 renuncia al marquesado en favor de su hermano Rodolfo e ingresa en el noviciado de San Andrés del Quirinal.
Un par de añitos, aplicado, buenas notas y hace los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia.
Sigue los estudios de Teología, no va a elegir ciencias… Sólo llegó a tomar las órdenes menores.
En 1591 se desata una de las numerosas pandemias que han asolado a la humanidad aunque pensemos que la de ahora es especial porque nos ha tocado vivirla.
La peste, una vez más, hace acto de presencia y en Roma los muertos se cuentan por decenas de miles.
Entre ellos se lleva por delante a los papas Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV, para que os hagáis una idea de lo duro que era y que Dios aprieta pero no ahoga, aunque no tenga reparo en cargarse a tres de sus vicarios.
Luís demostrando su gran piedad se dedica a ocuparse de los enfermos y moribundos en San Giacomo degli Incurabili, con un hombre así ya estás gafado, hasta que también se contagió y entregó su alma al Señor el 21 de junio de 1591 a los 23 años.
Al cielo derecho.
Milagros: no especialmente. Que no hubiera matado a los soldados del cañón, quizás convencer a su padre…También vaticinó la fecha de su muerte pero se equivocó por un día, así que no se puede considerar milagro.
Patrón: de la juventud, de los sanitarios de pandemias, de los jugadores de billar a 3 bandas y de los jóvenes atildados.
San Luis era hermoso, joven, con un cutis perfecto y un rasurado y peinado inmejorable.
Vestido con sobriedad pero con elegancia divina, cortes de sotana perfectos.
Se sabe quién era su confesor, San Roberto Belarmino, pero no se cita su estilista casi tan importante o más.
No es casualidad el dicho: «Más bonito que un San Luís».