
Al estudiar las vidas de santos parece uno encontrarse con que en la antigüedad doblabas una esquina y te tropezabas con un santo o una virgen, con los mártires era más difícil como no fuera un tropezón con los huesos, sin embargo ahora parece como si ya no existieran o se hubieran perdido las vocaciones. Parece que ya nadie quiere ser santo o que le quemen en una hoguera, esto es más comprensible, o subirse a una columna a pasarse a la vida contemplativa, lejos del mundanal ruido y sus tentaciones.
No sé vosotros pero si me preguntáis a mí por santos que haya conocido en mi vida me sale el que montó el Opus Dei y el Papa polaco. Al Maciel, de Legionarios de Cristo, le acabaron pillando con historias de abusos sexuales y violaciones y no se acabó el proceso de beato.
El Papa Francisco, en 2017, además del martirio, virtudes heroicas y causas excepcionales añade una cuarto motivo basado en las palabras de Jesús «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos» en el documento titulado «Motu Proprio»: dar la vida por los demás.
Esto significa, sin ningún género de dudas, que muchos de los sanitarios que han dado sus vidas por los enfermos del COVID-19 podrían llegar a beatos o santos.
Francisco siempre me gustó, Papa tan diferente de los otros, exceptuando Juan XXIII y el malhadado Juan Pablo I, pero con actos como este se gana la Tiara y entrada VIP al cielo. Espero que no le
adelanten la llegada.
No me queda claro si además hay que ser católico registrado y practicante de sus ritos o es suficiente ser buen cristiano, o lo que es lo mismo buena persona, aunque no creas en Dios.
No sé cómo se hace pero intentaría poner en marcha una iniciativa solicitando, de entrada, la canonización de todo el personal sanitario fallecido por intentar salvar a los demás.
Volverían los tiempos gloriosos de cientos o miles de santos canonizados de una tacada.
Ya me imagino el santoral: San Fernando Simón y los 100 sanitarios españoles.
Los mártires de residencias de ancianos: 7.690 ancianos mártires de las persecuciones de la sanidad pública en tiempos de Díaz Ayuso.
Simplemente deciros que ahora cualquiera podría ser santo por un motivo verdaderamente cristiano: dar la vida por los demás.
A mí creo que no me pilla por irreverente pero por si acaso voy a buscar santos buenos, patas negras, pero aseadas, con los que no pueda hacer demasiadas chirigotas.
A lo que vamos: San Romualdo.
Nació hacia el 950 en Rávena y murió el 19 de junio del 1027 en Val de Castro.
Todo ello en Italia.
Su padre y madre, así los llamaba él, eran Sergius degli Onesto, duque de Rávena y Transversa Transversari, que parece más una declinación que una madre.
Lo de que el padre fuera «de los honestos» no sabría qué decir, ahí lo dejo… Romualdo significa glorioso en el mundo, rom: buena fama y ualdo: gobernar.
Su biógrafo, San Pedro Damiano, dice que vivió 120 años pero ya sabes cómo somos los hagiógrafos: exagerados.
Hijo de Duque llevó una infancia y adolescencia bastante disoluta llena de lujos y placeres. Hay que saber situarse y leer entre líneas… Gula, Lujuria y algún otro pecado capital más, cuando no todos.
También es verdad que luego se arrepentía de sus malos actos: la resaca del día siguiente de la última orgía o las purgaciones, que le picaban la conciencia y la entrepierna.
Un día su padre le llevó de testigo a un duelo contra un familiar por una disputa de terrenos y Romualdo se quedó horrorizado porque su padre mató al familiar.
Recordad que estamos en el siglo X y los duelos no era a la primera sangre sino a cabezas cortadas.
Romualdo huyó a evadirse del mundo, feo, al monasterio benedictino de San Apolinar de Classe. Allí estuvo tres años pero el abad se negaba a admitirlo como monje porque no sabía cómo se lo podía tomar Sergio.
Intercedió el arzobispo de Rávena dándole garantías de que el padre estaba controlado.
El que no estaba contratado era el hijo y nada más tomar los hábitos cogió también el hábito de poner a parir a los colegas.
Aquellos años eran malos para las buenas costumbres, mejor dicho para las santas costumbres que nunca se sabe qué es mejor. Y los monjes del convento llevaban una vida tan disoluta o descarriada como extramuros y Romualdo no dejaba de criticarles.
Los monjes hicieron caso omiso y también le hicieron la mochila y le pusieron de patitas en la calle.
Partió hacia un lugar solitario, estas cosas te hacen un poco asocial, y se encontró con un tal Marino, más duro que él mismo y que le ayudó a encontrar su camino ascético y eremita. Una especie de competición a ver a quién se le ocurrían las más duras penitencias y mortificaciones.
Su fama alcanzó al Dux de Venecia, Pedro Orseolo, que se unió a ellos y juntos fueron al monasterio de San Miguel de Cussan, bajo el abad Guerin y Pedro Orseolo cambió el Dux por el San.
También el padre de Romualdo se metió en un monasterio decidido a probar lo que hacía su hijo, pero se arrepintió, «Esto no es para mí» y el hijo tenía que ir a convencerle «nada papa, aguanta un poco más; mira te traído unos capones».
Y cuando el padre pensaba en comerse las aves el hijo le soltaba unos pescozones con el nudillo en la cabeza y le echaba la bronca. El padre humillaba, cual manso, bajando la testuz y se ponía a rezar la penitencia que le mandaba Romualdo.
Años pasó Romualdo de allá para acá visitando monasterios y cuevas lo más aislados posibles o fundando pequeños cenobios.
El Demonio le perseguía incansable y Romualdo lo pasaba mal, porque lo pasaba mal. Todo el rato tentándole con manjares y lujuria. Algo normal con tanta abstinencia de la carne, en todos los sentidos. Supongo que las poluciones nocturnas le haría sentirse manchado por el pecado y los calzones chorreando.
Hacia el 999 volvió al monasterio de Classe en una celda separada y vino un rico caballero y le dió un montón de dinero para que lo distribuyera entre los monjes pobres y así lo hizo repartiendo entre los monasterios más necesitados.
Se enteraron los monjes de Classe y le sacaron de su celda y la apalearon hasta quedarse a gusto y lo volvieron a poner de patitas en la calle.
Cariño, lo que se dice cariño, como que no le tenían.
El emperador Otón III estaba en Rávena y queriendo reformar el monasterio de Classe, aparte de una mano de pintura darle una pátina de santidad, obligó a los monjes a que le hicieran a Romualdo abad.
Dos años aguantó Romualdo intentando hacer carrera de ellos, pero lo dejó por imposible y devolvió su báculo al Emperador, renunciando.
Que uno puede hacer milagros y conversiones pero lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.
Consiguió que Otón III le cediera terrenos y dineros para fundar monasterios en Istria, Val de Castro y otros, consistentes en un conjunto de células separadas para llevar una vida de rigurosa soledad, silencio, oración y penitencia pero manteniendo la unión y vida de comunidad.
La cuadratura del círculo.
Romualdo quería ser mártir y supo que en Hungría estaban en ello, matando a los misioneros.
Decidió partir para allá, pero cuando llegaba a la frontera se ponía malísimo, se le soltaba la tripa de tal manera que las poluciones nocturnas en los calzones eran agradables recuerdos comparados con la pestilencia de la diarrea.
Y así en varias ocasiones hasta que se dió cuenta de que no es que se cagaba por la pata abajo por miedo sino que eran designios de Dios.
En el monasterio de Sasso Ferrato donde estaba, un tipo lanzó contra Rumaldo ‘la más inicua calumnia’, que debe querer decir que habría cometido de lo peor, siempre referido al sexo, que no va a ser por comer carne en cuaresma.
Los monjes lo creyeron y estuvo seis meses sin poder celebrar Misa.
Pero Dios le ordenó que ya estaba bien y volviera al lío.
No sé si es que a Dios le pareció suficiente el castigo por el pecado-delito no cometido o es que estaba liado con otras cosas y no había reparado en la situación de Romualdo.
Pasó años de monte a monte: Monte-Sitrio y Monte-Amiato perfeccionando su estilo monacal. De esta última época son algunos de los milagros que se le atribuyen, no dicen cuáles, parece ser que los hacía de tal manera que no se los pudieran atribuir. Será por eso que no los ponen.
Tuvo un sueño, una escala hacia el cielo con religiosos con hábitos blancos y decidió dejar el negro y pasarse al blanco.
Esto, además, permitía un mejor control visual de los posibles excesos por gula y otros, que en el negro casi no se notaba.
Así en 1012 fundó el monasterio definitivo en Camaldoli con celdas independientes, el más riguroso silencio, gran austeridad, obediencia al jefe, vida en común y demás reglas a cual más dura. Y hábito blanco.
El nombre de la Orden Camaldulense viene de este monasterio. Es algo así como la sección hard de los Benedictinos.
Me cuesta imaginar cómo debe ser eso del silencio absoluto y la vida en comunidad.
O simplemente la vida, rezar para ti es fácil, pero cada uno decía la Misa en su pequeña capilla individual.
Un simple «pásame la sal, hermano» debería ser complicado.
No está totalmente comprobado que fueran los inventores del lenguaje de signos.
Recorriendo las fundaciones y viendo que esto se acaba se retiró a Val de Castro a morir el 19 de junio de 1027. Más solo que la una en su celda. Genio y figura hasta la sepultura.
Se dice que 20 años antes había profetizado que moriría allí, ese día y de esa forma.
El sitio y el cómo era fácil cumplirlo, dependía de él, la fecha no sé…
A diferencia de los capitanes a posteriori que tanto abundan hoy en día Romualdo sería un capitán a priori.
El cuarto General de la Orden, Beato Rodolfo, reescribió las constituciones en 1072 aflojando el extremado rigor de Romualdo, que no tenía término medio.
Milagros: muchos, dicen.
Patrón: de los adivinos, de los duelistas, de los solitarios, de los sordomudos y de la polución nocturna