León, no he encontrado si este era su verdadero nombre, no creo, nació en Roma el 750 y murió el 12 de junio de 816, también en Roma.
Era hijo de Aciupio e Isabel, gente modesta que lo mismo el niño le habían puesto el nombre del padre, motivo ya suficiente de santidad.
No aparecen muchos datos de su infancia, adolescencia y primeras canongías de León pero el mismo día del fallecimiento del anterior Papa, Adriano I, se le proclama Papa por aclamación popular. Una respuesta inmediata, acelerada de los patricios y pueblo romano para evitar que los francos y su rey Carlos, llamado Magno, que era de la región de Coñac, se inmiscuyera en el nombramiento.
En ese momento Leo ya era cardenal y romano y era Vestiari del Papa, se ocupaba del vestuario y enseres: el tesoro Vaticano.
A diferencia de otros que se tiran el rollo de «no, no lo merezco, de verdad» pero con la boca chica, Leo dijo «trae pacá esa Tiara y ese Báculo».
Una de las primeras cosas que hizo fue enviarle a Carlos, llamado Carlomagno porque era increíblemente alto y agraciado, el estandarte de la ciudad de Roma en señal de sumisión y fidelidad, y las Llaves de San Pedro, no las originales que le hizo una copia, no se fueran a perder y nos pasáramos toda la vida llamando a las puertas del cielo.
Esto no les hizo ninguna gracia a los romanos, ‘¡coño que te habíamos elegido para apartarnos de los francos!’ y en ambiente de revuelta los familiares de Adriano I que pensaban, lógicamente, haber pillado el palio, le dieron de palos en el transcurso de una procesión, le derribaron e intentaron sacarle los ojos y cortarle la lengua.
Como todo el mundo sabe, artículo XXIV, apartado segundo del Reglamento General del Papado, dice que si por hecho casual o fortuito el Santo Padre perdiera los ojos y la lengua debería abdicar y entregar todos los atributos del cargo que no hubiera perdido.
Leo se resistió como pudo y quedó tendido y malherido, pero unos vecinos, al sacar la basura, le recogieron y no sabiendo si era desecho orgánico o divino optaron por esto último y lo llevaron a una iglesia de guardia 24 horas y nada más entrar se curó milagrosamente.
El Duque de Spoleto le salva, le lleva a sus dominios y después parte a Paderbon, la corte de Carlos.
Al mismo tiempo que él llega, acuden a la corte de Carlos una delegación de patricios romanos y cardenales y le llaman de todo a Leo menos bonito.
Presentan contra el infinidad de cargos entre los que destacan la simonía, venta de cargos y prebendas, perjurio y adulterio.
En aquellos tiempos todavía se podían casar los religiosos, que fue más adelante cuando se exigió el celibato.
Carlos se encontró con un dilema, ¿quién podía juzgarle?, exclusivamente el Emperador de Constantinopla pero en aquel momento era una mujer, la Emperatriz Irene, la que ostentaba el cargo, regente de su hijo.
No importaba que hubiera cegado a su hijo y después lo hubiera asesinado, esas son cosas que pasan en las mejores familias imperiales, excuso decirte en las peores. Pero lo que no se podía aceptar es que fuera una mujer.
Así Carlos envía de vuelta a Roma con una fuerte escolta a Leo que es aceptado por los romanos, pocos huevos contra los franceses, contra los francos.
Le envía con un gran tesoro parte de lo que había conquistado al eliminar el reino de los Ávaros, que no se mostraron avaros con la rapiña de Carlos con tal de salvar unas pieles que les eran muy caras: las suyas propias.
En la Navidad del 800 Carlos se presenta en Roma con su séquito, y ejército, y teniendo que salvar los muebles de la legitimidad de Leo, Carlos estaba convencido de que los cargos eran verdad, pero empezar de nuevo todo el lío de elecciones papales, etc. le pareció insufrible así que como nadie podía juzgarle Leo juró sobre los Santos Evangelios, otros dicen que era un diccionario de latín-griego camuflado, que era inocente de todos los cargos.
Todo el mundo miró para otro lado o carraspeó en tan insigne momento y pensaron: a otra cosa mariposa.
Celebrando la Misa de Navidad en un momento dado se sacó Leo un as de la manga: una corona de oro macizo y se la calzó a Carlos cuando se levantaba y le proclamó Emperador.
Carlos se hizo el sorprendido, como cuando te sacan una tarta sorpresa de cumpleaños, pero no le dió por quitársela.
Así Carlos era Emperador y Leo el Papa con poder para nombrar Emperador, Tutti contenti.
Además del tesoro de los Ávaros, Carlos donó mesas de plata maciza, vajillas de oro, cruces de oro cargadas con piedras preciosas. Las típicas cosas tan necesarias para el ejercicio pastoral y difundir la palabra de Cristo.
Con tanta pasta Leo se hizo benefactor de Roma, restauró 21 Iglesias, dos cementerios extramuros, empleó 7.000 kilos de plata y más de 470 kilos de oro, amén de vestiduras de seda, tejidos preciosos y creo 9 importantes haciendas agrarias cerca de Roma para dar empleo y ocupación a los romanos.
Muerto Carlos el 28 de enero de 814 una nueva conspiración se formó contra Leo pero se enteró a tiempo y pudo ordenar detener a los cabecillas y cortarles las cabecillas cristianamente.
Murió el 2 de junio de 816 y sus reliquias se enterraron junto al cuarteto de Santos Papas Leones I, II, III y IV.
Para mí que el Papa León V también debería estar, que ya se sabe que no hay quinto malo.
Porque al pobre Carlos V le despacharon en poco más de 30 días, agosto de 903.
No se sabe seguro si fue el antipapa Cristobal o su sucesor Sergio II pero no quedaron ni restos ni reliquias.
Para mi santo como los otros cuatro leones.
El quinteto leonés.
Milagros: los que hemos contado, poco más.
Patrón: de los sastres, de los sordomudos y gente con problemas de visión en los ojos y de los falsos testimonios