Nacido en la primera quincena del siglo II en Shiquem, Nablus, Samaria, era de una familia de colonos paganos de habla y cultura griega instalada en una ciudad grande y fértil infestada de judíos resentidos y torvos, tal como cariñosamente los define el martirologio romano. No es coña, jajaja
Desde joven pudo dedicarse al estudio en la más pura tradición griega-helenística.
Pasó por escuelas de filosofía diferentes: estoicos, peripatéticos, pitagóricos y platónicos.
Y nada, que no le convencía ninguna.
En esto de hacerte de una secta, un partido político o una escuela filosófica tiene mucha importancia el maestro, no sólo el programa.
No es lo mismo estudiar en la, famosa en el mundo entero, Academia de Platón, con el maestro dando clases magistrales, como no puede ser menos, que intentar sacar la ESO en la Academia Martínez, en la que el maestro no tiene ni el graduado escolar.
Un día que Justino, mohíno por no encontrar la filosofía fetén, estaba lanzando piedras planas al mar en calma, y tan en calma, el Mar Muerto, intentando que rebotaran sin conseguirlo, se encontró con un viejo, el típico viejo y el mar, que le dijo que tenía desajustada la mira de sus lanzamientos, que ninguna de esas filosofías le harían triunfar, no me imagino cómo lanzaría las piedras un peripatético, y que la verdadera filosofía es la que provenía de las palabras y hechos de Cristo.
Justino se interesó y el viejo se lo explico todo, también que tenía que tirar las piedras de sobaquillo, y nuestro santo se convirtió de inmediato.
Toma la riendas de su vida y del jumento con el que partió por los caminos a enseñar la palabra de Dios.
Era ducho en la palabra y allá donde fuera tenía encuentros y discusiones sublimes con otros filósofos a los que daba una ducha doctrinal y dialéctica y les hacía recular y más en los aplausómetros de los espectadores que los dejaba eclipsados.
Así fue llegando hasta Roma, de feria en feria filosófica, ganando en todas las plazas; su ranking de combates era espectacular: 23 victorias por KO, un combate nulo y cero derrotas.
¿Cómo no aspirar al título de campeón en Roma?
Entre tanto combate tuvo tiempo de escribir una Antología del Cristianismo dirigida al emperador Antonino Pío, su hijo Marco Aurelio, otro filósofo con Meditaciones de fundamento, y al SPQR. A todo Dios, vamos.
También escribió un Best Séller de época: Diálogos con Trifón, unas supuestas discusiones con ese filósofo judío.
Una época en que los Best Séllers ivan de filosofía y no de superchería.
Llegado a Roma y acabadas las bolsas que había ganado en los diferentes combates-debates filosóficos tuvo que ver la manera de ganarse la vida y ¿qué se le ocurrió?
Exactamente, abrió una academia de filosofía evangélica.
Estaba bien situada, cerca del Foro, y se pasaba por el forro las advertencias de que debía ser más discreto en sus actividades.
Consiguió un éxito temprano gracias al boca-boca y las ofertas de descuento al segundo miembro de la misma familia y gratis las tres primeras mensualidades del tercer miembro.
Tres, la Santísima Trinidad siempre presente.
Tuvo que quitar los carteles en que prometía el cielo si seguían sus enseñanzas, denunciado por la Asociación de Escuelas Filosóficas y otros oficios, por publicidad engañosa.
En aquellos momentos surgieron debates con el cínico Crescencio en los que le daba sopas con honda.
Crescencio que no sólo era cínico, escuela filosófica, sino un mal perdedor y un buen hijo puta, le denuncio por cristiano y fue llevado ante el Gobernador Rústico, hombre súper refinado a pesar de su nombre, que le conminó a apostatar para salvarse.
Justino no negoció bien ese combate y no sólo perdió la bolsa, también la cabeza: se la cortaron.
Milagros: su récord de combates filosóficos.
Patrón de los púgiles y de las academias de corte y confección.