Cada día se celebran unos cuantos santos, cuando no centenares o millares, aunque éstos suelen ser anónimos, como San Acacio de Bizancio y los 10.000 mártires.
La Iglesia no puede saber y registrar sus nombres y se alivia con un etcétera que de sobras sabe Dios quiénes son sus santos.
Hoy tenemos 3 santos de renombre e interesantes y vamos a quedarnos con uno:
- San Erik I, rey de Suecia y mártir
- San Félix de Cantalicio, tocayo mío pero con una vida que está calcada de San Pascual Bailón, los Pili y Mili de la santidad.
- San Juan I, Papa y mártir, el elegido.
Me refiero a que es el que he elegido yo, amén de Dios para hacer de las suyas.
Juan, creo que se llamaba así mismo que todavía no había empezado la moda de cambiarse el nombre. El anterior Papa se llamaba Hormisda y nadie puede imaginarse que alguien elija, voluntariamente, por caprichitos, llamarse así.
Nació hacia el 470 en la Toscana, datos imprecisos y murió el 18 de mayo del 526 en Rávena.
Su vida no fue muy larga, 56 años, ni tan mal para la época, pero su papado fue muy corto. De su papada lo que nos muestra la imaginería y la imaginación de la época, también corta.
No así las entendederas pero no le hicieron servicio porque sólo estuvo 2 años al frente de Roma.
La herejía arriana, básicamente consiste en considerar un Dios, no una Trinidad.
Está el Dios-Dios, está su hijo que era Hombre, pero Hijo de Dios, que le mandó a la Tierra a hacer recados, auto inmolarse entre otras cosas, y el Palomo que debía ser como mi agapornis, la típica divina mascota.
La Cristiandad estaba dividida entre católicos y arrianos, y alguna secta más, como si fueran partidos de izquierda.
Pero existía una cierta coexistencia pacífica y Teodorico, rey de Italia, arriano empecinado, permitía no sólo el Papado sino la existencia de Iglesias católicos en sus dominios.
Por el contrario Justino I, emperador bizantino, era más intransigente con los arrianos de sus dominios y no les permitía ni toser.
Yo, si tuviera que elegir también sería arriano y no por las rimas tontas.
Así las cosas Teodorico, llamó a capítulo a Juan I a Rávena, sede de su corte, y le ordenó que fuera a Bizancio a convencer a Justino de que tratara a los arrianos como herejía más favorecida en un tratado ad hoc.
Partió Juan con 5 obispos y varios senadores romanos y llegando fue recibido por una multitud de miles de bizantinos que salieron a esperarle y entraron en procesión y el propio emperador se arrodilló para besar el anillo pontificial o el que pilló rindiéndose ante la autoridad del Papa.
Oficio Misa en Santa Sofía el día de Navidad ante todos los principales bizantinos y ese fue su mayor momento de Gloria, aparte de cuando fue recibido en audiencia privada por el propio Dios.
Las negociaciones fueron arduas y paradójicas, la cabeza de la Iglesia Católica negociando con lo que sería la Iglesia Ortodoxa mejores condiciones para la Iglesia Arriana.
Lo dicho: quien entienda los caminos del Señor que levante la mano.
Consiguió algunas concesiones pero ni mucho menos lo que esperaba Teodorico, que esperaba la vuelta de Juan para decirle que para ese negocio no hacían falta alforjas.
La embajada se demoró más de la cuenta, como los niños que tardan en volver a casa con un boletín de notas con suspensos.
Para que os hagáis una idea el ostrogodo Teodorico era un político sagaz y piadoso que gobernó Italia con gran sentido de la política y la negociación durante más de 50 años.
Enfrentado al Rey de los hérulos Odoacro, hasta ese momento rey, llegaron a un acuerdo de compartir el poder y organizó un banquete para celebrarlo. Y él mismo con su espada atravesó a Odoacro y ordenó matar a toda su familia y los soldados que pillaron.
Con esa capacidad de negociación se convirtió en Rey único de Italia.
Juan no era ignorante de ello y por tal tenía las típicas dudas existenciales: ¿me matará, no me matará?
Llegado a Rávena se le aclararon las dudas: no sólo le mató a él sino también al filósofo Boecio y su suegro, de Boecio, Símaco.
Patrón de los conciliadores y los mensajeros