Santa Mónica de Hipona (27-08-2020)


San Agustín y su madre, Santa Mónica por Ary Scheffer (pintura de 1846)

Mónica nació en Tagaste, a unos 100 kms de Cartago, el año del Señor de 332.

No se conocen sus padres, ella sí los conoció, pero yo no he encontrado ninguna referencia salvo que eran cristianos antiguos, no por la edad sino porque lo fueron siempre.

Se sabe que le confiaron la educación a un ama tan piadosa como severa que le inculcó una educación cristiana muy sólida. Tener un ama de cría da idea de que pobres no eran, más bien acomodados.

A Mónica se la conoce más por sus hijos que por sus padres. 

Sobre todo por el mayor, San Agustín de Hipona, el santo más sabio e inteligente de los que adornan el Santoral cristiano. Como dijo no sé quién, ya no me acuerdo, mientras los santos y doctores de la Iglesia eran la miríada de estrellas que nos alumbran para llegar a Dios, San Agustín era el sol que no dejaba sombras y deslumbra o alumbra nuestro camino.

Piadosa, ella hubiera querido dedicarse a Dios en exclusiva, pero sus padres pensaron que Dios era compatible con un buen matrimonio. Así que decidieron casarla a corta edad, sin precisar, pero ya sabéis que hacia los 12 años, en cuanto les vienen las cuatro reglas, o incluso sin esperar a la cuarta.

Patricio se llamaba su marido, de nombre, que no de modales, que perfectamente podía haberse llamado Bruto.

Porque Patricio era de todo lo malo: un genio peor que el de la botella, de la que también abusaba, como de las relaciones públicas, con mujeres públicas, putas quiero decir, y se gastaba los cuartos y los bienes familiares jugando al subastao, al gilé, mus, o lo que se llevara entonces, las modas cambian.

Eso sí, nunca levantó la mano contra ella. Bueno, levantarla sí pero no la bajaba.

“¡Ez que te metía una yoya…!”, amenazaba y ahí quedaba todo,

Las mujeres le preguntaban a Mónica que por qué a ellas sus maridos las molían a palos y su marido, que era el peor de todos, no le ponía la mano encima.

“Cuando está de mal genio, yo me esfuerzo por sonreír, cuando grita, yo callo. Para pelear se necesitan dos y yo no entro al trapo, así que no hay pelea”

Tuvieron 3 hijos: Agustín, Navigio y Perpetua. Los pequeños fueron la alegría de mamá, pero el Agustín salió a papa y la hizo sufrir por decenas de años.

Patricio era pagano, pero Mónica era incombustible, se pasó toda la vida rezando y llorando por la conversión de su marido y su hijo.

Finalmente Patricio, que no se oponía a la generosidad de su esposa con los pobres y sus buenas obras acabó por arrepentirse de su mala vida y sus pecados y se bautizó, así como su madre, la suegra de Mónica, otra que tal bailaba como el hijo.

Patricio se las debió ver venir, porque unos meses después del bautizo de fue con Dios.

No están confirmadas las palabras que se atribuyen a Mónica: “Tanta paz lleves, como descanso dejas”.

Agustín era extraordinariamente inteligente y sus padres le enviaron a Cartago a estudiar filosofía, literatura, oratoria, gimnasia…, su padre quería que sobresaliera socialmente. Teología, vida espiritual para tontos.

Así Agustín fue alejándose de la fe y dedicándose al estudio y a la vida espiritual no, a la otra que es el doble de divertida, donde va a parar.

A los 17 murió su padre y Agustín se dedicó a los pecados y errores, como dicen sus hagiógrafos y era tan brillante que destacaba en casi todos ellos. Tuvo incluso un hijo, Adeodato, de una relación, no consta quién era la madre.

Hubo un momento en que Agustín enfermó y empezó a interesarse en Dios e hizo la promesa de bautizarse si sanaba. Sanó, pero no se bautizó.

Se apuntó a los maniqueos, Bien-Mal, Dios-Diablo, Espíritu-Materia, y cuando volvió a casa y le contó su visión del mundo, mamá, ni corta, ni perezosa, le puso de patitas en la calle, que ella no albergaba herejes.

Mónica tuvo un sueño en que le decían ‘tu hijo volverá contigo’ y Agustín dijo que se volvería maniquea como él y ella firme le aclaró que sería él quien volvería con ella y no al revés. Impresionó a Agustín la convicción de su madre.

Durante años rezando, haciendo sacrificios, haciendo rezar a eclesiásticos y amigos, llorando, por la conversión de su hijo e importunando al Obispo, que estaba hasta los mismísimos de Mónica, la consoló: “Esté tranquila, es imposible que se pierda el Hijo de tantas lágrimas”.

Con 29 años, Agustín, que era un doctor deslumbrante, decide ir a Roma, que Cartago se le había quedado pequeña, y Mónica le dice que irá con él.

Pero Agustín, que era un cachondo, le dio esquinazo y se fue en un barco el día anterior al que supuestamente iban a partir.

¡Menuda era Mónica!, tomó el siguiente barco y a Roma.

Pero cuando llegó allí, Agustín ya había salido para Milán a conocer a San Ambrosio, que le habían hablado mucho de Él.

¿Y qué? Allí se plantó Mónica y consiguió convencer a San Ambrosio de que convirtiera a su hijo, que acabó bautizado, como Dios manda. Dicen que por San Juan Bautista, pero para mí que ya hacía mucho que había perdido la cabeza, sería Ambrosio.

Mónica, de vuelta hacia casa con Agustín y su nieto Adeodato, enferma y muere en la ciudad de Ostia, en el año 387, a los 55 años de su edad.

El único milagro evidente es la conversión de su hijo, lo cual no es poco. Ya veréis lo mucho que es San Agustín, lo más.

Lo mismo que os contaba que la madre de San José de Cupertino no era buena madre ni de lejos, esta madre hizo que San Agustín llegara a San, sin duda.

Patrona: Hay una ciudad de Santa Mónica, en el Condado de Los Ángeles, EEUU.

Y más ciudades.

De las madres amantes de la familia, de los viajeros que pierden el embarque, de los colirios.